Todos asociamos el juego de los dardos a las cervecerías inglesas y ciertamente, este noble deporte de competición (aunque algunos no lo consideren así) tiene sus orígenes en la vieja Gales donde no encontraremos bar sin diana de dardos. Las de toda la vida cuenta con 451 milímetros de diámetro dividida en 20 secciones radiales numeradas y que, dependiendo del tipo de juego (pues existe varios modos) habrá que sumar determinados puntos. Por su parte, los dardos cuentan con unas buenas y peligrosillas puntas de acero afiladas para clavarse suavemente o implacablemente en función de la fuerza con la que lanzamos el dardo. Es aquí donde encontramos la gran diferencia entre una diana convencional y una electrónica.
Las electrónicas han sustituido a las tradicionales porque son más seguras, integran y llevan el punteo en los juegos ya integrados en su memoria y evita que la pared en la que se apoya la maquina no termine llena de agujeros si los tiradores no tienen experiencia. Pero todo sus pros y sus contras, pues las puntas de los dardos en dichas dianas son de goma y esta se deforma y se rompen con facilidad al caer al suelo e incluso, al sacar el mismo dardo de la diana (quedando una pequeña zona de la diana inoperativa hasta que se extraiga el trocito de punta. Como se les mete mucha caña, lo normal es que con el paso del tiempo los dardos este más que sobados y la diana repleta de puntos muertos por el motivo expuesto.
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