El ritmo de vida ajetreado y las mil y una preocupaciones diarias han hecho que el mindfulness sea tendencia en redes sociales y canales. Un nuevo modo de vida, dicen. Se trata de una práctica que se centra en la atención plena y consciente del momento presente. Implica prestar atención de manera intencional a pensamientos, sensaciones corporales y al entorno, sin juzgar ni reaccionar ante ellos. Es un concepto que tiene sus raíces en las enseñanzas budistas y taoístas, pero en las últimas décadas ha sido adoptado y adaptado por la psicología moderna, la neurociencia y la medicina occidental por sus beneficios aplicables a nuestra sobre estresada sociedad.
Pero no podemos olvidar que la mentalidad oriental dista de la occidental, y, por lo tanto, algunos conceptos nos pueden resultar extraños, lo que nos lleva a entrar en conflicto con ellos. Es decir, realizar ejercicios de respiración, concentrarnos en la observación de nuestra mente, etc., es bueno para nuestra salud física y mental. Todo muy bonito y muy Zen… pero, «cuando Dios aprieta, ahoga pero bien», o dicho de una forma más castiza: «¿Cómo me voy a relajar con la que me está cayendo encima, una detrás de otra?».
La práctica del mindfulness y la comprensión de las filosofías que entrañan nos resultarán de ayuda. Observar nuestros pensamientos y ser conscientes de ellos sin implicarnos, entender su naturaleza temporal mientras prestamos atención a nuestro cuerpo es, sin duda, un hábito que nos aportará paz y bienestar… de momento. Y es que tal vez deberíamos comprender un tema que probablemente sea el principal problema por el que nuestros esfuerzos por mejorar nuestra psique fracasan, en menor o mayor medida: nuestras expectativas de vida.
Tendemos a pensar que la vida consiste en una serie de objetivos que deben cumplirse en determinados momentos: terminar nuestros estudios, trabajar, encontrar pareja, tener una aparente estabilidad y llegar a vivir hasta una edad relativamente avanzada. El problema es que la vida no tiene por qué ser así. No es una carrera en la que, en un momento dado, se tiene que estar en un lugar; eso sería lo ideal, pero no siempre es posible por múltiples motivos, y en muchas ocasiones no es por nuestra culpa. Si por cualquier circunstancia, no conseguimos algunas de las metas descritas anteriormente en el momento considerado como correcto, podemos sentirnos frustrados ya que se supone que no hemos superado una etapa de la vida. Y el ser humano, desgraciadamente, tiende a compararse con los demás para medir su progreso personal.
Aquí no se está diciendo que no tengamos objetivos; todo lo contrario, es necesario tenerlos porque aportan sentido a la vida, nos dan una orientación y, por lo tanto, es bueno para nuestro desarrollo en todos los aspectos. Se debe luchar para hacerlos realidad. De lo que se trata es de comprender que la vida va por su lado y puede llevarnos por otros caminos distintos a los que ya tenemos planeados o dados por supuesto. Puede que a una determinada edad no termines tus estudios, puede que a una determinada edad no encuentres trabajo, que no tengas pareja o que, desgraciadamente, la salud limite tu tiempo en este mundo. Por supuesto, no hay que rendirse ante las adversidades, pero tampoco deberíamos arrastrar sobre nuestras espaldas el pesar de un deber sin cumplir, porque puede terminar por aplastarnos.
Todo esto puede parecer obvio, pero lo cierto es que queremos ejercer el máximo control sobre nuestra vida, y si no lo tenemos, el precio a pagar es la frustración. Comprender la realidad y no nuestras aspiraciones o el paradigma de vida que nos han inculcado como «lo normal» es el primer paso. Luego ya te pones con el mindfulness y demás, que te va a venir muy bien; es una herramienta útil e interesante que precisamente va sobre todo esto. Pero adoptar ya una flexibilidad mental frente a los acontecimientos diarios y a largo plazo, es necesario comprender que no todo depende de nosotros, no somos islas aisladas y por lo tanto compartimos alegrías y desgracias con el resto del mundo… eso creo que es vital.
Antes la vida era más sencilla y más simple, no procedían dichas explicaciones porque se sobreentendían de forma natural. Ahora todo es más complejo y complicado. Queremos respuestas rápidas para todo y control sobre todo lo que nos concierne, hasta las cosas más simples que escapan a nuestro control pueden resultar insoportables porque así lo exigimos. La clave está en la flexibilidad. Una gran tormenta puede tumbar al árbol más fuerte; sin embargo, una brizna de hierba no será arrancada por el vendaval, ya que no se resiste, se adapta a las circunstancias. Una gota de agua no romperá una piedra, pero una detrás de otra terminará por hacerlo. Ya lo dijo el bueno de Bruce: «Be water, my friend».
Aquí Pai Mei encarnando las lecciones más duras de la vida.